La alimaña de Csejthe
Biografía, que no la novela que en un principio creí, he aquí un libro sobresaliente tanto por el personaje que trata como por la calidad de su prosa. Bella y dotada de un ritmo vertiginoso, se adecua a ella una encomiable traducción que respeta la erudición, el rico vocabulario y otros logros atribuibles al texto original.
En cuanto al personaje, Erzsébet (Isabel) Báthory, no sin cierta fascinación por ella, la autora empieza enmarcándola en su tiempo. Años en verdad sombríos aquellos de las postrimerías del siglo XVI y los comienzos del XVII, cuando los albañiles que construían los castillos emparedaban viva a la primera muchacha que pasaba para proporcionar así fertilidad a los señores de la fortaleza. Eran aquellos los días en que la lucha contra los invasores turcos había alumbrado en la Europa central tanta crueldad que el vampirismo entró por la puerta grande en la superstición popular.
La familia de la alimaña de Csejthe -"ilustre desde los comienzos de Hungría"- a la que la autora dedica las primeras páginas de su relato, fue pródiga en sádicos. Si bien ninguno alcanzó las cotas de Erzsébet a la que, como no podía ser de otra manera, se compara constantemente con Gilles de Rais.
Aunque se nos dice que Erzsébet no era una mujer que inspirase el amor, sí se nos pinta como bella y obsesionada con la belleza. Según nos da a entender Penrose, la mujer que no era bella en aquel tiempo cruel no era nada. Fue por lo tanto la conservación de la blancura de su piel lo que le llevó a inmolar salvajemente a 650 muchachas. Lesbiana incuestionablemente a tenor de la inequívoca inclinación de sus apetitos -únicamente sacrificó a doncellas-, sostiene la autora que la homosexualidad femenina también suele ser sádica. Esta última afirmación no ha dejado de chocarme puesto que, considerando eso de que "la mujer que no era bella no era nada" que sostiene, presupongo en Valentine Penrose el feminismo de las lesbianas.
En cualquier caso, Erzsébet fue educada por su suegra como era la tradición húngara desde la temprana adolescencia. Durante su vida de casada con el conde Francisco Nádasdy, no se mostró más cruel con las criadas de que lo que era habitual: cuando tenía un mal día las mordía hasta arrancarles la carne y poco más. Una minucia si compara con las matanzas venideras, que por otro lado hace presagiar.
Fue después de enviudar, casados ya sus cuatro hijos, habiéndose quedado sola en el castillo y estando ya en la cumbre de su edad -una de las cosas que más me han interesado ha sido ese consignar las elipsis temporales empezando los párrafos con la noticia de los otoños de la condesa: "a sus cuarenta años era tal; a sus cincuenta años esto otro"...- cuando puso en marcha sus sórdidos festines en el lavadero del castillo de Csejthe. Contó para ello con la ayuda su hechicera, Darvulia; Jó Ilona y Dorkó, sus criadas; y Ficzkó, "ejecutor de sus órdenes".
Sin que sintiera en ningún momento el más mínimo sentimiento de culpa se entregó a abominables ritos guiada únicamente por el placer que le proporcionaba ver correr las sangres. Así, quemó las plantas de los pies a las muchachas que le plancharon mal los vestidos; desgarró los senos, apaleó y desangró a las que le robaron una pera o cometieron cualquier pequeña falta y pasó por la dama de hierro a cuantas jóvenes se le antojó. Destaca entre sus tormentos -de los que se supo durante el proceso que se siguió contra ella en enero de 1611- el agua fría que hizo verter sobre jóvenes desnudas en las gélidas noches del invierno austrohúngaro, procedimiento que procuró la inmediata congelación a las desgraciadas. Y por último la antropofagia. El canibalismo y la autoantropofagia a las que sometía a las desdichadas que, en espera de su terrible final, tuvo semanas enteras sin comer.
Tanto era su afán por los suplicios que, según contaron sus sicarios en el proceso, lo que más urgía en los viajes, al llegar a un nuevo castillo, era encontrar un lugar donde torturar. Insaciable en su sed de sangre, hubo momentos en que acabaron con las campesinas de algunas regiones, viéndose obligados a recurrir a jóvenes aristócratas. Esto fue determinante a la hora de su detención.
La suerte de sus cómplices estuvo a la altura de sus atrocidades: se les condenó a que el verdugo les arrancara los dedos con sus tenazas antes de ser arrojados a la hoguera. El castigo de la condesa, merced a su rancio abolengo, consistió en ser encerrada viva dentro de su habitación. Nunca más volvió a ver el sol ni dispuso de una hoguera. Nadie volvió a dirigirle la palabra. Murió sin arrepentirse el 21 de agosto de 1614, tras poco más de tres años de reclusión.
Referencia obligada en cuantos libros sobre vampirismo tienen pretensiones de veraces, no es de extrañar que esta obra maestra de Valentine Penrose se haya convertido en un pequeño clásico
Publicado el 18 de diciembre de 2013 a las 22:30.